
Te llevo cuatro años.
O vos a mí.
Ya ni sé.
Lo que sí sé es que entre nosotros hay una grieta.
No una pelea.
No una tragedia.
Una grieta.
De esas que no se ven, pero se sienten.
Como si miráramos el mismo mundo desde ventanas distintas.
Vos te preparás para el derrumbe.
Yo todavía planto flores.
Y a veces, al hablar con vos, me entra la tentación de pensar que estoy del lado correcto.
Que soy el que ve con más claridad.
Que tengo la brújula moral, el mapa, la luz.
Pero no.
Hoy me vi.
Y vi que también estoy ciego.
Que mi juicio no es compasión.
Que mi deseo de que veás otra cosa… es también una forma de querer que no seás vos.
Y eso duele.
Porque te quiero.
Y porque me veo en vos más de lo que quisiera.
Tus miedos. Tus pausas. Tu forma de sobrevivir.
También son mías.
Y sin embargo, sigo escribiendo.
No para cambiarte.
No para convencerte.
Sino para no perderme.
Porque a veces, cuando hablás, me asusta pensar que ese futuro que temés también es el mío.
Y escribir es la única forma que conozco de quedarme del lado de la esperanza sin negar el abismo.
No sos mi opuesto.
Sos mi reflejo.
Y aunque no sé si algún día nos vamos a encontrar en el mismo horizonte, escribo esta postal desde el borde.
Para que sepás que estoy acá.
Que sigo creyendo.
Y que, aunque no vea claro,
todavía quiero ver con el corazón.