Cuando el vacío no se llena

Hay días en los que algo se cae.

Un cliente, una idea, una certeza. Algo que estaba ahí y, de pronto, ya no.

En mi entrada de diario del 21 de mayo escribí una frase que marcó el comienzo de algo distinto:
Yo decido escuchar mi voz interna y seguir mi brújula.”

Ahí supe que algo había cambiado. No afuera. Adentro.

Ya no se trataba de pensar, ni siquiera de sentir. Se trataba de actuar desde un lugar más profundo:

Una alineación entre pensamiento, sentimiento y voluntad.
Una decisión interna que da dirección.
Un liderazgo sin ruido. Un liderazgo del alma.

Pero también apareció otra cosa. Algo más sutil.
Cuando perdemos algo, queda un vacío. Y el vacío, si no lo llenamos de inmediato con urgencia, ansiedad o ruido… es fértil.

Esa es la paradoja.

Lo que duele, si lo sostenemos en presencia sin querer apurarlo, puede abrir espacio para una expansión inesperada.

Pero si tapamos ese dolor con gratitud forzada —como quien se dice “todo pasa por algo” demasiado pronto— entonces la gratitud se vuelve una armadura.

Y el duelo queda sin honrar.

Y si algo he aprendido es esto:
No se puede cruzar un umbral sin dejar algo atrás.
Y lo que se deja, también merece ser sentido.
También merece despedida.

Hoy no escribo para tener razón.
Ni para entenderlo todo.
Escribo para recordar que lo incómodo de hoy…
puede ser la puerta de mañana.
Si me mantengo presente.
Si no me cierro.
Si sigo escuchando esa brújula interna que me trajo hasta aquí.

Seguimos.

Jean-Paul Cortés