
Te encontrás frente a la entrada de un laberinto antiguo, construido con altos muros de piedra cubierta de enredaderas negras. Las sombras danzan en las paredes, moviéndose como si tuvieran voluntad propia.
El aire es frío y denso, cargado de una energía que parece susurrar tu nombre. Sabés que este no es un lugar común; es un reflejo de tu mente, un espejo de los rincones más profundos y ocultos de tu ser.
Al dar el primer paso dentro del laberinto, sentís cómo el mundo exterior se desvanece.
Los sonidos se amortiguan, y solo el latido de tu corazón rompe el silencio opresivo.
Las sombras se acercan, adoptando formas fugaces que evocan memorias olvidadas y emociones reprimidas.
Cada pasillo te confronta con imágenes del pasado: decisiones que no tomaste, palabras que no dijiste, oportunidades que dejaste escapar.
El suelo bajo tus pies es irregular, como si fluctuara con tus dudas y temores. Intentás orientarte, pero los caminos cambian constantemente, reflejando la inestabilidad que sentís dentro. Las paredes parecen estrecharse en algunos puntos, obligándote a enfrentar la claustrofobia de tus propios pensamientos.
En una encrucijada, te encontrás con tres caminos, cada uno sumergido en una oscuridad distinta. El primero está envuelto en una sombra densa, casi tangible; el segundo, en una penumbra grisácea; el tercero, iluminado por una tenue luz que parpadea. Elegís el camino del medio, sintiendo que refleja el estado intermedio en el que te encontrás: ni completamente perdido ni totalmente encontrado.
Mientras avanzás, las sombras empiezan a susurrar. Al principio, son murmullos incoherentes, pero gradualmente podés distinguir palabras.
“¿Quién sos?”, “¿A dónde vas?”, “¿Qué temés?”
Lo que parece un camino recto se curva de manera inesperada, y lo que creés que es una salida solo te lleva más adentro en el laberinto. Las voces son familiares; reconocés en ellas tus propias dudas y cuestionamientos. Te das cuenta de que no podés seguir ignorándolas.
Detenés tu marcha y cerrás los ojos. Respirás profundamente, permitiendo que las voces te envuelvan. En lugar de rechazarlas, decidís escucharlas.
Cada susurro revela una verdad que has evitado, una emoción que no has permitido sentir. Las sombras dejan de moverse caóticamente y comienzan a sincronizarse con tu respiración, formando patrones que parecen guiarte.
Al abrir los ojos, notás un cambio sutil. Las sombras ya no te parecen amenazantes; ahora son parte de vos. Los muros del laberinto empiezan a transformarse, mostrando escenas de resiliencia y fortaleza. Caminás con más seguridad, entendiendo que cada paso te acerca no a una salida, sino a una integración de todas tus partes.
En el corazón del laberinto, encontrás un claro iluminado por una luz cálida. En el centro, hay un espejo antiguo con un marco tallado en símbolos que no reconocés, pero que te resultan extrañamente familiares.
Te acercás y mirás tu reflejo. Pero en lugar de ver tu imagen actual, ves a un niño, luego a un adolescente, y finalmente a una versión futura de vos mismo. Cada reflejo te muestra en diferentes etapas, con diferentes cargas y aprendizajes.
De repente, notás que los pronombres en tu mente empiezan a cambiar. Ya no pensás en “vos” o “él”, sino en “yo”. Te das cuenta de que este viaje ha sido siempre sobre vos mismo, sobre aceptarte y sanar. El lenguaje de tu narrativa interna se transforma, y con ello, sentís cómo las heridas comienzan a cicatrizar.
En ese instante, el espejo se disuelve en una cascada de luz, y el laberinto a tu alrededor se desvanece. Te encontrás de pie en un campo abierto, bajo un cielo estrellado. Las sombras ya no te persiguen; ahora caminan a tu lado, como compañeras que te han ayudado a comprender quién sos en realidad.
Descubrís en tu bolsillo una pequeña llave con inscripciones.

“Esta llave es un símbolo de todo lo que has descubierto y de las puertas que ahora podés abrir. Comprendés que el laberinto nunca fue una prisión, sino un camino necesario para llegar a este punto de autoconocimiento.“
Sonreís, sabiendo que aunque el camino continúa, ahora lo enfrentás con una nueva perspectiva. Has transformado tu narrativa personal, integrando cada parte de tu historia. Y así, con paso firme, seguís adelante hacia el horizonte.