
El acto sagrado de sembrar sin certeza
Hay días en los que escribir no parece suficiente.
Días en los que las palabras se sienten pequeñas frente al mundo, invisibles frente a la prisa, inaudibles ante el ruido.
Días en los que uno se pregunta:
¿Para qué sigo escribiendo si nadie parece escuchar?
Y sin embargo, hay quienes escriben igual.
No desde la suficiencia.
No desde la certeza.
Sino desde la semilla.
Escriben porque algo adentro lo pide.
Porque sienten un llamado sin forma ni promesa, pero imposible de ignorar.
Y en esa fidelidad silenciosa —en ese acto de poner palabras en el mundo sin garantías— hay algo profundamente humano. Y profundamente sagrado.
Sembrar sin ver el fruto
A veces escribir es como sembrar en la oscuridad.
No sabemos si lo que dejamos caer en el papel germinará.
No sabemos si alguien lo leerá, si hará eco, si cambiará algo en alguien.
Pero igual se escribe.
Porque no todo lo valioso tiene que ser visible.
No todo lo verdadero necesita ser comprobado.
Escribir, cuando nace del alma, es un gesto de entrega.
No de conquista.
Cuando el ego quiere frutos, el alma pide verdad
El ego quiere certezas.
Quiere resultados.
Quiere saber que esto que hacemos “sirve para algo”.
Pero hay otra voz, más honda, que no pide nada. Solo quiere ser fiel a lo que siente.
Esa voz no necesita un aplauso.
Solo necesita espacio.
Y escribir puede ser ese espacio.
Un lugar donde lo más íntimo y lo más real encuentra forma.
No para convencer a nadie.
Sino para recordar quiénes somos.
Escribir como forma de resistencia
En un mundo acelerado, escribir lento es un acto de resistencia.
En un mundo de apariencias, escribir verdad es un acto de valentía.
En un mundo que premia lo visible, escribir sin testigos es un acto de fe.
Y sin embargo, es allí donde florece algo distinto.
No todas las palabras echan raíz.
Algunas se pierden.
Otras se evaporan.
Pero hay semillas que, por ser fieles a quien las escribe, encuentran su tiempo.
Y un día, quizás sin aviso, brotan.
Un gesto silencioso, pero poderoso
No hace falta decir cosas preciosas para escribir algo valioso.
Lo precioso está en escribir incluso cuando no sabemos para quién.
En escribir no por necesidad de reconocimiento, sino por amor a lo que somos cuando escribimos.
Escribir como siembra.
Escribir como acto de presencia.
Escribir como forma de seguir.
Aunque no sepamos hacia dónde.
Aunque parezca que no basta.
Aunque el silencio sea la única respuesta.
Porque escribir desde la semilla no es un medio para un fin.
Es una forma de estar en el mundo.
Una forma de decir: aquí estoy.
Y eso, aunque no siempre se note, transforma.
Solo escribí.
Jean-Paul Cortés