
La grieta como herida sagrada
No toda grieta es fértil.
No toda grieta florece.
Algunas duelen. Profundo.
No las buscamos. Pero ahí es donde empieza lo verdadero.
Vivimos en un mundo que nos enseña a tapar el dolor, a seguir, a mostrar fortaleza incluso cuando nos estamos quebrando por dentro. Pero hay heridas que no deben ser cubiertas con discursos de superación.
Hay heridas que no buscan ser curadas… sino habitadas.
Pensá en esa madrugada donde no pudiste más.
En el momento exacto en que alguien se fue y algo en vos se quebró.
En el silencio que siguió al grito, al portazo, al diagnóstico, al vacío.
En esa palabra que no dijiste y que todavía pesa.
En ese amor que no llegó.
En ese miedo que se quedó a vivir con vos.
Esas son grietas.
Pero no grietas cualquiera.
Son heridas sagradas.
No porque sean justas.
Ni porque traigan respuestas.
Sino porque, sin pedir permiso, abren un umbral.
Y por ese umbral entra algo que antes no sabías:
tu alma.
tu verdad.
tu presencia desnuda.
Es fácil hablar de transformación cuando la flor brota.
Más difícil es sostener la mirada cuando todo es tierra removida, carne expuesta, vulnerabilidad sin poesía.
Pero si algo aprendí escribiendo desde el fondo, es esto:
No hay alma sin fisura.
No hay despertar sin caída.
No hay verdad sin grieta.
La herida por donde entró el alma no se elige.
Pero sí se puede honrar.
Y en ese gesto, algo cambia. No el dolor. Sino tu vínculo con él.
Porque al dejar de verlo como castigo, y empezar a verlo como portal,
la herida deja de ser solo sufrimiento,
y se convierte en señal.
En símbolo.
En cicatriz que dice: pasaste por aquí… y algo en vos nació distinto.
Quizás no podamos evitar que la vida nos abra.
Pero sí podemos decidir cómo habitamos esa apertura.
Podemos escribir desde ella, no como víctimas, sino como testigos.
Y al hacerlo, tejemos con nuestras palabras un recordatorio silencioso:
Por esa grieta—sí, esa misma que dolió tanto—
entró algo luminoso. Algo que sigue con vos.
No perfecto.
No indemne.
Pero humano.
Y vivo.
Jean Paul Cortés
Aquí estoy. Me escribo para recordarme quién soy.