Llegar sin saber cómo

No es tristeza.
Es solo el peso suave de pensarse.

De repente, te preguntan qué ha sido lo mejor.
Y no sabés qué decir.
No porque no haya habido belleza o logros,
sino porque algo en vos ya no necesita ponerlo en palabras.

Cumplís años.
Y en vez de hacer balance, te encontrás respirando.
Sintiendo que algo cambió —aunque no sepas explicar qué.
No hay grandes certezas, pero sí una especie de paz que no pide ser nombrada.

No sé qué ha sido lo mejor, escribiste.
Espero encontrarlo. Tal vez algo más profundo.

Y esa esperanza no suena a espera.
Suena a mirada.
A atención.
A un deseo de seguir yendo hacia adentro.

Hay un cansancio suave que recorre la página.
No es fatiga física, ni siquiera emocional.
Es el cansancio de pensarse demasiado.
De vivir con la mirada vuelta hacia uno mismo,
como si estuvieras bajo examen constante.

Y entonces, aparece esta frase:

“El ciclo no se acaba hasta que te dejés ser.”

No como consuelo, ni como teoría.
Sino como algo que se sabe en el cuerpo.

Ya no se trata de gustar, de explicar, de complacer.
Todos están demasiado ocupados pensando en sí mismos.
Y vos, quizás por primera vez en mucho tiempo, te diste cuenta de eso sin rabia.
Sin tristeza.
Solo con claridad.

Solo importa lo que sos.
No lo que pensás, ni lo que explicás, ni lo que intentás demostrar.
Sino lo que sos, ahí, presente.

Hoy cumplís años.
Y no hacés una lista de logros.
No escribís manifiestos.
No cerrás ciclos con dramatismo.

Simplemente reconocés que llegaste.
Con lo vivido. Con lo aprendido.
Con 51 años de camino y un corazón que todavía busca, siente, agradece.

Y eso —eso es suficiente.

Lo celebro con amor y gratitud en mi corazón.
En propósito. En transformación. En presencia.

Para quien también haya llegado, sin saber cómo.
Jean-Paul Cortés