
Aquí estamos.
Frente al umbral de algo que no entendemos del todo.
Una fuerza que crece, que se acelera, que no espera por nadie.
Una inteligencia que no es humana—pero que refleja lo más humano de nosotros.
La inteligencia artificial no es buena ni mala.
Es una lupa.
Un espejo.
Una grieta.
Y en esa grieta, donde otros solo ven ruptura, yo empiezo a ver algo más:
un campo fértil.
Porque este no es solo un cambio tecnológico.
Es un cambio de era.
Quizás el más profundo que ha vivido nuestra especie.
Estamos caminando en el filo de la navaja entre el desastre y el progreso.
Y lo sabemos.
Lo sentimos.
Aunque no sepamos explicarlo, hay preguntas que nos arden por dentro:
—¿Qué haremos con esta herramienta que amplifica todo lo que somos?
—¿Sabremos usarla con conciencia, o solo con codicia?
—¿Seguiremos delegando lo humano mientras olvidamos lo sagrado?
Y lo más difícil:
¿Quiénes seremos después?
No tengo todas las respuestas.
Solo tengo la certeza de que las respuestas que importan no están afuera.
Están adentro.
En lo profundo.
Donde habita esa voz callada que aún distingue lo real de lo ilusorio.
Donde todavía podemos recordar quiénes somos.
Ahí, en ese silencio, yo escucho.
Y escribo.
Y el 4 de junio de 2025, escribí esto en mi diario:
He aquí la promesa y el peligro:
Nos enfrentamos a la nueva era de la IA, quizás el cambio más grande al cual nos hemos traído la especie humana, y caminamos en el filo de la navaja entre el desastre y el progreso.Hay preguntas difíciles que hacerse; preguntas sin respuesta, aparentemente imposibles de contestar porque no tenemos guía, no sabemos el rumbo que tomar.
Y nos encontramos a la deriva en el gran océano de la incertidumbre.
¿Qué hacer? ¿Cómo navegar? ¿Cómo saber qué rumbo tomar?Para mí, solo puede haber una respuesta: ir hacia adentro.
Porque es allí donde podemos escuchar la voz interna—inherentemente humana, pero intrínsecamente divina.
Yo escucho y escribo. Es lo que sé hacer.
Es mi balance en medio de todo el cambio, el ojo en medio de la tormenta.
Es aquí donde, palabra con palabra, escribo lo que escucho para no olvidar quién soy.
Y por eso sigo escribiendo.
No para predecir el futuro.
Sino para sembrar.
Sembrar conciencia.
Sembrar presencia.
Sembrar humanidad, incluso ahora, incluso aquí.
Porque si hay esperanza, no vendrá de un algoritmo.
Vendrá de nosotros.
De vos.
De mí.
De quienes se atrevan a escuchar lo que aún vive adentro.
Aquí estamos.
Aquí seguimos.
Sembrando en la grieta.
Solo escribí.
Jean-Paul Cortés